lunes, 6 de abril de 2009

Aquella Semana Náutica

Es difícil que volvamos a encontrar la mar que el pasado año hizo volver a puerto a buena parte de la flota en la última jornada. Me enrolaron en uno de los cruceros que intentó salir al inestable y borroso campo de regatas. El profundo seno de la ola formada en el extremo del espigón desfondaba la salida e impedía a los TP52 jugarse la quilla en la bocana. El resto de la flota lo intentó. Un par de Protos salieron y en la primera popa lanzaron su espi en medio del vendaval. Uno de ellos rompió y volcó y acabó con parte de la tripulación en el agua. Se adrizó y regresó a puerto con los restos maltrechos de la vela ondeando en medio del campo. Los que volvimos por decisión sensata del armador no tardamos en correr a situamos en la terraza del Náutico, junto al mástil de señales. El espectáculo estaba asegurado. La ola más deseada para navegarla sobre una tabla y el viento para apoyarse en cometa o vela hacían intuir un espectáculo en la entrada a puerto. Las peores condiciones para los barcos pondrían a prueba a todas las tripulaciones. Aquellos navegantes azotados por la gris ventisca de la tarde iban a desplegar un baile de planeos en la llegada. Por medio, toda suerte de maniobras y acrobacias de alta escuela para acabar dentro del remanso del puerto. De aquella tarde es seguro que quedan imágenes, aunque esa jornada se mantendrá en nuestras retinas mucho tiempo demostrando que esto de las regatas de crucero va un poco más allá de la sosegada y estelar imagen que en forma de engaño reflejan en los muelles.


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