martes, 4 de octubre de 2011

His Master´s Voice

Aquel día en el que Joseph K. alcanzó a divisar el faro del espeque creyó recuperar  la esperanza en hallar de nuevo la singular marina que otrora fuera enseña de sus costas. La entrada había sido barrida por temporales, pero nadie se ocupó de otra cosa que marcar un escueto canal por el que adentrase en tan compleja ínsula. Sólo había ruido de fondo. A estribor percibió la imagen del Carmen. Aquella que aún trataba de proteger ínsula y moradores. Era la única estela de esperanza. La que aún perseveraba en dar confianza a las gentes que todavía podían y osaban hacerse a la mar.


Preguntó por aquella playa, por los antiguos embarcaderos, por las naves que antaño partían desde aquí para lidiar ententes en medio mundo, también por cada marino, cada barco,  cada gesta de cada uno de los que dieron nombre a estas aguas, pero no obtuvo respuesta. El temporal debió borrar la historia y con ello la memoria para que nadie osara recordar. Sabía que Kavafis estuvo aquí y dio cuenta de sus maravillas. Las mismas que hicieron de ella una de las mejores marinas de la tierra. Ahora, nadie quería o se atrevía a hablar, todos rehuían buscar y menos dar cuenta de la verdad.  Para eludir el temporal Joseph K. buscó un amarre. No sabía el riesgo que asumía. Allí permanecían, asidas al cemento, un par de naves en cuarentena, otras habían sido incautadas y una buena parte, engrosaban la petrificada flota del interior, con la que en algunos casos era posible evadir a la realidad. Las otras, aquellas que un día navegaron, ahora permanecían unidas al extinto lugar donde accedían a la tierra. Allí se inició la diáspora. 

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